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  • Foto del escritorFernando Helguera

NUESTROS ALCOHOLÍMETROS

De las oportunidades que no queremos ver.


Para hablar de los alcoholímetros es preciso primero describir “El Torito”. Para mi infortunio no bebo más allá de un par de cervezas en una tarde, por lo que no he ingresado al lugar así llamado, perdiéndome de muchas ventajas que esto tiene (sí, las ventajas de beber de más y las de estar en “El Torito”). Todo chilango del siglo XXI que se precie de serlo, conoce, cuando menos de oídas, el lugar al que me refiero, aunque quizás no conozca el origen de su nombre; era un rastro en Tacubaya que cerró en 1958; el más higiénico de su momento.

Visitar este sitio es la consecuencia de estar en un alcoholímetro, y sobrepasar la concentración permitida de alcohol en la sangre, para los conductores en el ejercicio de su movilidad automotriz. Hay muchas formas de eludirlo: unas más seguras que otras. La última vez que pasé por uno, el conductor de adelante, al verse atrapado, se echó en reversa a toda velocidad y, si no lo esquivo, me choca; le pegó al que venía detrás de mí. Por supuesto huía porque venía muy borracho y no estaba para ese tipo de maniobras.


El Gordo, que dice saber salvaguardar la seguridad propia y la de los demás, actuó diferente hace un par de semanas; había tomado como es su costumbre: mucho. Al verse atrapado en la fila, se pasó al lugar del copiloto y se hizo el dormido, así que, cuando todos los de adelante habían pasado, un policía caminó hasta donde él estaba para tocarle el vidrio. ¡Ah chingá! ¿Dónde se fue este güey? Fue más o menos lo que exclamó mirando al lugar vacío del piloto. El oficial creyó que realmente alguien se había bajado, abandonado el coche y al Gordo. Cuando se le pidió que moviera el auto, dijo que venía muy pasado de cucharadas y que no lo fueran a detener. El policía, ante el problema, le ordenó que, para no seguir estorbando, manejara directito a su casa (pero sobre todo derechito) a recuperarse. Incluso le dio un código, por si lo detenían, para poder irse libre.


Afortunadamente no lo detienen a uno por parecer alcoholizado, sólo por estarlo. En otra ocasión que me revisaron, el policía notando que yo no tenía aliento de alcohol, me dijo que saliera de la fila. Al hacerlo arrollé todos los conos anaranjados dejándolos inservibles (les aseguro que eran muy chaparritos e imperceptibles, y de seguro baratos porque me fui sin sanción alguna).


Ahora, me pregunto cuál es el afán de huir de la situación pues, investigando a consciencia, he obtenido datos reveladores: ¿Estás sólo en Navidad? “El Torito” te recibe con los brazos abiertos. Cena con cuatro tiempos, gente fraternal y ambientada para la fiesta (siempre están ambientados para la fiesta). ¿No tienes familia? “El Torito” es un lugar donde harás hermanos, porque el sufrimiento compartido une a la gente como nada en el mundo. ¿Te has quedado sin hogar? No hay hotel o casa más barata que la que no pagas. El único requisito es que tengas un auto (no tiene que ser propio) y lo conduzcas en la borrachera (esa sí tiene que ser propia). ¿No conoces Tacubaya? Saliendo puedes recorrer sus lugares típicos y memorables, que son muchos.


Seamos claros: lo anterior no es una forma de “taparle el ojo al macho”; no es pretender el optimismo dentro de un suceso que, a vivas luces, dista de ser deseable. Simplemente me pregunto: ¿por qué huir de las consecuencias negativas de nuestra forma de actuar? Ahí está el aprendizaje para que no sigamos haciendo lo que no está bien, y no acabar chocando en reversa (y a toda velocidad) con el auto de un inocente con pocos reflejos.


Algo notorio que parece ser más que una coincidencia, es la vocación del edificio. En el pasado fue un rastro que, por más que haya sido el más higiénico existente, de seguro contenía una peste insoportable proveniente de los animales muertos o en el proceso de. Hoy sigue siendo un recinto para los malos olores de un grupo de animales (aunque se suponen más desarrollados) que parecen muertos, o en el proceso de, nada más por la terrible cruda.

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