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Foto del escritorFernando Helguera

LA ÚLTIMA DE LAS OBVIEDADES

Ya no hay cosa alguna por ignorar.

Mis queridos lectores, por más que no queramos pensar en ello, todo lo que tiene un comienzo tiene un fin. El año 2021 no es una excepción, así como tampoco lo son la avaricia y la estupidez humana: podemos ser felices aunque posiblemente nos toque sólo ver el fin del primero y no de las siguientes. Sí, ya sé, esa felicidad también va a terminar, qué ganas de buscarle la mala onda a todo ¿eh?


Increíble que hayan pasado dos años desde que salió “al aire” la primera Obviedad Ignorada, y que la que están leyendo sea la número 102 de todas estas publicaciones domingueras. Sí mis estimados amigos, sus ojos recorren la última Obviedad Ignorada que verá el mundo y haya sido escrita por mi mano. No me hago responsable por imitadores.


Hemos recorrido mucho camino juntos y ya es hora de que los deje seguir solos en su camino de la búsqueda de las cosas obvias que preferimos ignorar. Si juntáramos todas las horas-hombre que se han usado para la lectura de estos textos, probablemente se sentirían avergonzados de no haber estado haciendo cosas de más provecho en vez de andar de chismosos. Lo bueno es que esa vergüenza también es finita, y más para los mexicanos que nos caracterizamos por desvergonzados.


Quiero relatarles un recuerdo que en el 2019 me llevó a iniciar este blog, cuando la “pandemia” estaba todavía sin salir a la luz, en el vientre de su mamá. Este recuerdo data de un pasado más remoto, pero tuvo efecto hasta ese entonces:


Cuando era niño fui a Mérida con mi madre, mi hermana, y parte de mi familia materna, a visitar a mi tío Nacho, quien, entre muchas otras cosas, tenía un zoológico particular con los animales libres en un terreno enorme. Resulta que uno de los preferidos era un changuito muy simpático, quien para efectos de este texto será llamado “Mexicano 11”, y que gustaba de recibir a las visitas. Uno de esos días, todos sentados a una larga mesa que acababa de ser limpiada y vuelta a servir con deliciosos postres, digestivos, café y té, vimos que entraban al comedor dos policías federales que evidenciaban un enorme esfuerzo físico hecho justo antes de entrar.


Traían preso a Mexicano 11, mismo que mostraba un comportamiento extraño. Lograron decir con el aliento cortado, que el chango estaba a media carretera toreando coches y a punto de causar sendos accidentes; afortunadamente no había reporte de bajas. La técnica era sencilla, el automovilista circulaba en la vía de dos sentidos, un carril por sentido, en un tramo en que no había acotamientos porque la carretera se veía franqueada por plantas tupidas de unos dos metros de alto o un poco más. Era una recta, así que era fácil que el conductor se distrajera un poco por la monotonía y vista encajonada del tramo. De pronto, a unos metros adelante, frente al auto y de un brinco salía Mexicano 11 a medio carril; con los pies fijos en el pavimento ardiente hacía movimientos laterales de cadera alzando los brazos y sacando la lengua.

El conductor tenía tan sólo unos instantes para reaccionar correctamente, es decir, seguirse derecho y llevarse al chango de corbata, pues de otra forma podría voltearse al tratar de esquivarlo, poniendo en riesgo la vida de su tripulación. Mexicano 11, dueño de legendarios reflejos, salía del camino justo a tiempo y echaba un escupitajo a la ventana en su vuelo de salida. Uno de los autos había sido la patrulla de los federales, que sabían que el licenciado Cejudo tenía el zoológico, y posiblemente habían sido bien recibidos alguna vez en el rancho por el mismo changuito.


El problema no era la afición taurina de Mexicano 11, sino que lo hacía porque estaba totalmente alcoholizado. Tenía un aliento terrible. Mi tío Nacho se levantó a la sala de la cantina cuando le demostraron la borrachera del primate, y se dio con que estaba una botella de tequila totalmente vacía y algo del líquido derramado en la barra, pues Mexicano 11 había servido un caballito, que permanecía lleno, hasta derramarlo justo antes de empinarse de hidalgo el resto de la botella. Los comensales nos preguntamos internamente lo más lógico ¿quién le habría dado el ejemplo al pobre animalito? Mi tío ignoró la pregunta tácita dejando quedarse al “elefante en la sala”. Lo que los federales no quisieron contar antes de partir, pero no pudieron ocultar, fue el trabajo que les costó agarrar al changado chango.


El lector se preguntará a qué viene todo esto, bien, pues Mexicano 11 podría ser cualquiera de ustedes por muchas razones, y la de menos importancia es la botella de tequila que alguna vez también ustedes se habrán ustedes zampado. Los mexicanos tenemos excelentes reflejos que nos permiten esquivar las adversidades y pitorrearnos de ellas. Somos también muy buenos anfitriones, y nos gusta andar por ahí en lo oscurito de la milpa. Tenemos una relación especial con los federales. No había mucho que pensar, era obvio, pero la gente no hace más que ignorar su propio comportamiento.


Mexicano 11, al tiempo y a la distancia, me otorgó la inspiración para iniciar con este blog, que por obligación irrelevante y en agradecimiento infinito, es un tributo a Jorge Ibargüengoitia y sus “Instrucciones para vivir en México”. Hace tiempo que su vida terminó. ¡Que viva en la eternidad el gran maestro!


Bueno, mexicano o extranjero lector, escoja el número que más le guste, pero no el 11 porque ese ya está tomado (muy), y siga entonces haciendo historia y haciendo México, que nuestra mexicanidad es lo único que nos llevamos cuando morimos, además de lo que nos comimos. En consecuencia de nuestra idiosincrasia, y de lo que de ella se ve reflejada en las Obviedades Ignoradas, con el año 2022 también inicia un nuevo proyecto: LAS ANDANZAS DEL UNICORNIO PRIETO.


Ese unicornio siempre mágico, pero que en sus andanzas por las calles, con despreocupación arrastra los pies; la tersura de su piel, al final, raspa un poco. Cualquiera de nosotros en el momento correcto es unicornio prieto, y debemos estar orgullosos de ello; no por mexicanos, no por unicornios, no por prietos, es más, creo que no hay que estar orgullosos de nada, que el orgullo es un sentimiento muy primitivo. Por favor bájenle a su ego.


Para finalizar, en este sencillo pero emotivo acto, agradezco a todos los que no menciono porque necesitaría toneladas de papel para poner en grande sus nombres. A todos los lectores de las Obviedades Ignoradas los tengo guardados en mi corazón. Me han hecho aprender mucho, me han hecho reír y llorar. ¡Me han hecho caso!, lo cual me sorprendió sobremanera. Al principio prefería no tener expectativas porque no fuera a ser que nadie se interesara en leer el blog, y miren nomás con las sorpresas que uno se da.


Miles de lecturas y conversaciones inolvidables han hecho este espacio mágico que es cuna de unicornios prietos, que es cuna de mi cariño por ustedes y cenizas del fénix que siempre ha de dar vida a las singularidades de nuestra tierra, las que corriendo en nuestras venas no tendrá otra opción más que manifestarse.

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