Parece que fue ayer
Hay cosas que, hasta hace no mucho tiempo, eran dignas de los calificativos más adversos; hoy las extrañamos incluso con melancolía y locura. Les pido que nos Traslademos al año 2019, a la primera semana del mes de junio. Imaginemos que somos muy felices porque es domingo de Obviedad Ignorada, y abrimos el relato de hoy para encontrarnos con el siguiente escrito:
Ayer, después de esperar detenido un largo rato a que avanzaran los automóviles frente al mío, pasé frente a una escuela privada que originaba un caos. En la puerta, una multitud de pequeñuelos llevaba toga y birrete de talla extra chica. El reluciente futuro de la nación. Era su graduación del “kínder” e iban de la mano de padres orgullosos de ver su inversión rindiendo frutos.
En algún momento de la historia las personas nos graduábamos, por primera vez en la vida, al terminar nuestra educación media superior (la prepa). Luego de quince años de inyectársenos el conocimiento que nos llevó a formar identidad, bagaje cultural, valores y la armadura para afrontar la vida. Era lo merecido después de tan estoico martirio. Una gran fiesta donde, además de bailar, comer, convivir con nuestros amigos y enemigos, abrazar a los compañeros que no sabíamos que existían, así como agradecer a profesores y familiares, también recordábamos sufrir durante clases eternas y soporíferas; los ridículos a los que fuimos sometidos por los docentes; mil memorias: cuando dejamos atado y amordazado a un poste (durante horas) al cerebrito del salón; aquellos botes de basura en llamas y los directivos corriendo como bomberos novatos; la bomba de olor bajo las sentaderas de la maestra de historia; el primer beso (y la primera cachetada por sobrepasarnos) en la cancha… Cuatro o cinco años después, para todos aquellos que no experimentaron el proceso de fosilización, venía la graduación del instituto de estudios superiores (la uni). Estábamos listos para salir a la vida adulta y mostrarnos como dignos herederos de nuestro país.
Me pregunto en qué momento los padres de familia y las instituciones decidieron en contubernio, que durante la vida de estudiantes necesitábamos seis graduaciones, así como sus respectivos viajes-premio al extranjero (para los que pueden) o a las trajineras de Xochimilco (para los que no pueden). Me parece que el caos urbano de la época de fin de cursos, así como el insulto al ecosistema por la contaminación del aire, la auditiva, y por medio de la basura proveniente de empaques y vajillas desechables, es responsabilidad de maestros como el Pepto, la Licenciada, la Batichica, el Pedorrito, y tantos más que tuvieron a bien morir antes de ver lo que ocasionaron.
¿Todos estos festejos disminuyeron el sufrir de los alumnos? No me lo parece cuando veo las caras de los estudiantes a la salida. Ahora, suponiendo que sí, suena más prudente aumentar las graduaciones. Por ejemplo, una por materia: se sustituirían las togas y birretes por batas de laboratorio en química; uniformes de futbol y pompones de porrista en deportes; pipas, barbas postizas y cara de listo en filosofía, y así para cada asignatura. Vestuarios iguales para todos, respetando la equidad de género. Nada de que ellas las porristas y ellos los futbolistas. El gasto no importa ya que, para las instituciones, la 4T nos está enriqueciendo a pasos agigantados.
Si lo anterior es demasiado y se prefiere hacer el cambio paulatinamente, podrían festejarse graduaciones en tercero y sexto de primaria, en segundo y tercero de secundaria, y cada año de la prepa, que es cuando más se sufre. Los beneficios para padres y los estudiantes serían enormes, pues cada paso en la educación sería ampliamente reconocido, y no habría que esperar tanto tiempo mientras la autoestima de los estudiantes se viene abajo (dejando marcas de por vida). Por añadidura podríamos contribuir a la futura 5T, convirtiéndonos en pavorreales, que son tan respetados por su belleza y orgullo, y los que no pueden, en guajolotes, tan sabrosos y emblemáticos de la mexicanidad. Entonces ¿extrañamos o no extrañamos?
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