Fernando Helguera
NUESTRA IDENTIDAD
Ser o no ser

Navegando en Internet durante el dÃa uno de ocio de la cuarentena, me encontré con que tengo que atender un juicio por demanda comercial; según esto debo un dineral a una tarjeta de crédito. Hace tiempo comencé a recibir llamadas de diferentes bancos e instituciones crediticias, que me reclamaban pagos vencidos exorbitantes. Entré en pánico; según yo no tengo esas costumbres (deber dinero, la costumbre de recibir llamadas de bancos la tenemos todos); justo vi una pelÃcula de personalidades múltiples que me hizo entender que pudo haber sido mi yo desconocido.
Acomodé mi lista de acreedores por orden alfabético, y sin importarme el virus, acudà a la primera dirección: magna sucursal bancaria donde me mostraron una credencial de elector con mi nombre y mi CURP, un domicilio falso en Cancún, y un rostro que podrÃa ser el mÃo sin cabello, con veinte años menos y quince kilos más. Resulta que mi otra personalidad sacó un crédito de efectivo personal por decenas de miles de pesos. Inicié el trámite de aclaración, mostrando mi identificación actual y mi persona, obviamente, e ignorando la responsabilidad de dicho crédito.
Luego me dirigà al segundo domicilio, donde se presume que obtuve un automóvil deportivo biplaza, con el cual me pareció muy lógico que no me hubieran vuelto a ver ni el polvo. La credencial que me mostraron tenÃa los mismos datos, pero era un yo fotografiado que podrÃa haber sido mi abuelo (el materno), con lentes de contacto azules, y con la nariz un poco desviada. Hice lo correspondiente ante una señorita que no dejaba de mirarme con desconfianza, pero inofensiva.
El siguiente destino fue una casa de mini préstamos representada por un señor del mismo tamaño que sus préstamos, pero con una disposición por atenderme del tamaño de los intereses que cobran. Le dije de qué trataba mi trámite y, cambiando su actitud radicalmente, me pidió sentarme para irse a un cubÃculo vecino. Estaba llamando a la policÃa; salà huyendo sin tardanza.
Para esa hora del dÃa estaba un poco harto, pues trasladarse en la ciudad no es cosa que se tome a la ligera; además me habÃa ido sin desayunar. Llevaba la tercera parte de las empresas de la lista. Me detuve en unas tortas, con cierta desconfianza de ser reconocido como acreedor, aunque nunca antes hubiera estado ahÃ. Cubrà mi rostro con lentes oscuros y gorra, y comà mientras pensaba en cómo obtener credenciales de elector falsificadas ¿cuál podrÃa ser su precio al mayoreo? Las facilidades y descuentos sobre deudas morosas y recargos son caracterÃsticas de nuestras instituciones por lo que, si iba a hacer algo fuera de la regla, algún beneficio me deberÃan ofrecer.
Satisfecho pero no menos harto, fui a un comercio en Las Palmas donde venden yates. No podÃa yo creer mi estupidez de no haberlo comprado en algún lugar de costa, pero no serÃa la primera ocasión (ni la segunda o tercera) en que hiciera incongruencias. TenÃan una copia de mi credencial con una foto que me mostraba con aspecto andrógino. Habiendo iniciado el proceso de aclaración, acto seguido me ofrecieron un hermoso catamarán, que no pude negarme a firmar con una tarjeta válida. Total, no importa cuántos te persigan sino qué tan rápido corras, pensé.
Saliendo de ahà me invadieron las tÃpicas preguntas que todo ser humano se ha hecho a lo largo de la historia ¿Quién soy? ¿Qué hago en este mundo? Claro soy Fernando Helguera y vine a comprar… pero ahora ya no estaba tan seguro (de ser Fernando Helguera); no querÃa ir a los lugares que faltaban de la lista, con riesgo de locura y disociación mi personalidad restante. Tomé una decisión, irÃa a dos sitios más: primero al psiquiatra que me recomendó un amigo caÃdo en el hospital mental por abuso de estupefacientes y, una vez sabiendo quién soy y con el nombre correcto, irÃa al ministerio público a levantar un acta por robo de identidad. Estoy indignado; bien, sacaron una fortuna a mi nombre pero… ¿ni una vueltecita al auto deportivo o una ida a cenar?