CALEIDOSCOPIO
- Fernando Helguera
- 4 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr 2020
De cuando nos marea la atracción por alguien.

Un día, caminando por las llanuras, encontré una fuente de piedras pequeñas y de colores. Dicen que ahí es donde nacieron los sentimientos del hombre; sin creerlo del todo llené mis bolsillos a tope; llegué a mi pequeña pero acogedora cabaña, con curiosidad por ver detalladamente cada piedra.
Eran translúcidas, cosa que no había notado, y en ninguna se repetía el color de las otras. Después de un rato de observarlas me sentía un poco acalorado, así que fui al lavamanos a mojarme la cara; el espejo mostró en mi rostro dos ojos de colores diferentes y desconocidos. La sorpresa me hizo cerrarlos y tenía miedo de volver a abrirlos, así que di vuelta a la cara para ver hacia otro lado cuando los párpados dejaran de ser obstáculos.
Me encaminé a la mesa donde estaban esparcidas las piedras y tomé dos (una en cada mano). Eran algo parecidas entre sí y ambas se sentían calientes, por no decir ardientes, en mis puños cerrados. Comencé a llorar de melancolía infinita y las solté para tomar un pañuelo y secarme los ojos; para ese momento ya estaban secos y me vinieron ganas de reír; no lo hice hasta agarrar las piedras de distintas tonalidades verdes. Ahora mi risa era incontrolable. Las puse fuera del alcance de las demás y regresé a la mesa como si nada hubiera pasado. Nada había pasado.
Algunas piedras azules llamaron mi atención al igual que otras amarillas, y decidí meterlas en un vaso de cerámica negra con fondo de vidrio transparente, no sin la aprehensión de nunca poder sacarlas de ahí. Introduje también las demás. Estaba feliz de meter los colores mezclados y con curiosidad por ver los resultados. Mi estupor era evidente, pues, por más piedras que iba metiendo, nunca se llenaba el vaso; con paciencia y serenidad metía una por una, y mientras me hacían sentir cosquillas. Llegó el momento en que acabé de ponerlas dentro y me sentí frustrado; me asome para darme con la sorpresa de ver tan solo un fondo de piedras.
Giré el vaso mientras miraba dentro; las piedras me ofrecieron una imagen inolvidable que no puedo recordar. Lo importante de todo esto es que, acto seguido, pude ver a una mujer translúcida y multicolor, que era hermosísima. Me dio la impresión de que era una imagen oracular que marcaba mi destino.
La mujer mostraba muchos talentos pero un solo nombre (dicen que estaba dispuesta a venderlo y tampoco lo creí del todo). Confieso que fue tal mi impresión ante su efecto hipnótico, que agité el vaso para librarme del hechizo.
Me asomé nuevamente y... Ahí seguía pero había cambiado de posición. Repetí la acción y cada vez su actitud y mi sentimiento eran diferentes, como los colores de las piedras. Cualquiera diría que me mostraba algo de su desnudez; bellísima desnudez en cada imagen. Me sentí entre afortunado y desconcertado, y entonces llamaron a la puerta.
Guardé el vaso, que hacía movimientos distrayéndome con las imágenes imposibles que venían a mi mente; aún estoy esperando a que se vayan estas personas, a quienes no puedo sacar si no parten por sí solas, por cuestiones de protocolo básico.
Tan pronto me quede en soledad volveré a mirar al interior, para sorprenderme cada vez de forma nueva, fresca, incipiente, con cada otra de sus figuras. Siendo sinceros, llego a sentir que quien está dando vueltas dentro del caleidoscopio, soy yo.
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