¿Quién tiene la culpa?
Antier fui a un evento en un prestigiado restaurante de San Miguel de Allende. Gran música para bailar, regalaban mezcal y tragos Monterrey, y había gente muy atractiva y cotorrona para platicar. Apreciamos un espectáculo de “mapping” sobre un arbolote, o eso me dijeron pues yo lo veía lateralmente y no alcanzaba a entender más que un amasijo de luces y sombras sobre el follaje.
Había un representante de la tribu hopi quien a media fiesta dijo unas palabras de 5 minutos que duraron más de 30 y acabaron con la pachanga. El mensaje era importante, él traía un secreto que su tribu había resguardado cuidadosamente desde la explosión de Hiroshima y Nagasaki: en México ocurrirá el despertar espiritual de la humanidad y todos estamos con la naturaleza, conectados. Este mensaje fue escrito por Velasco Piña en su libro “Regina” hace décadas, por lo que imagino que también entre los hopis hay mucho chismoso que no sabe guardar un secreto. Desde el principio hubo relámpagos y truenos ensordeciendo las conversaciones; cuando el hopi habló un trueno ocultó sus palabras causando exclamaciones y “aho’s” por doquier, como si el trueno respondiera a las palabras del señor. Ya que nadie se sorprendió o asignó valor espiritual a los truenos anteriores me imagino que esos sólo fueron a la fiesta para no dejarnos platicar.
Lo anterior me hizo pensar en la obligación que existe de “voltear a ver” a las tribus originarias, pero con buenos ojos, ya que de mala cara nos meteremos en un problema social y legal de magnas dimensiones. ¿Pero no es, acaso, irrelevante hacerlo? Ellos han demostrado mucha capacidad de hacerse ver solitos y no necesitan nuestra condescendencia.
Así como damos valor a los truenos y creemos que nos responden, también mucho es atribuido a las culturas originarias, sin sentido y seriedad. Por ejemplo, la escultura que sustituirá al Colón en la CDMX. Se decidió que se pondría un busto de Tlalli representando la lucha femenina indígena a través de los siglos, hecha por un hombre mestizo de clase acomodada. Un contingente feminista impidió su colocación porque el señor es incapaz de entender esa realidad y menos de representarla con su expresión artística. No sé si tenga las credenciales para hacerlo, pero asumir que no porque no es una mujer indígena, ralla en el absurdo. ¿Qué no es Diego Rivera un bastión del arte mexicano, cuando a pesar de representar obreros en lucha o mujeres indígenas, ni era ni obrero ni vendía alcatraces? ¿Y qué tal Martha Chapa con sus infinitas manzanas, cuando la señora nunca fue productora de manzanas y hasta donde sabemos, tampoco fue vendida en el mercado como una de ellas? Y así muchos han representado a sectores de la humanidad a los que no pertenecían, de forma magistral. ¿Alguien tiene queja de esas rojas y apetecibles manzanas?
Enaltecer al indígena sólo por ser indígena es un sinsentido. Los teotihuacanos acabaron con el bosque que los rodeaba y, cuando llegaron los europeos, ya el paisaje era casi desértico. Ellos también son humanos. Hace poco estuve cercano a los yaquis por su proyecto de acueducto, y pude ver que son capaces de hacer que esa agua no llegue a sus poblados, por la misma avaricia, corrupción, violencia e idiotez, que podría verse en cualquier grupo mestizo del país. No porque las tribus de hoy estén mimetizadas con la sociedad reinante, digo que no deban ser respetadas. Han de serlo en la misma medida que todos e informarles de que también deben respetar pues, bajo la excusa de los usos y costumbres, hay muchos atropellos también de su parte.
Abandoné el evento, confundido al ver el importante secreto transmitido por un señor enervado, a una concurrencia que estaba ahí para pasarla a todo mecate y tomar mezcales gratis, no para su crecimiento espiritual. Mejor que siguiera la música y el secreto se nos diera en una ocasión más ad-hoc para entender que el cambio de la humanidad está en nuestras manos, pues para estas alturas pareciera que ya a todos se nos olvidó, y no sé si también al hopi.