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  • Foto del escritorFernando Helguera

UN ASUNTO DEL DENTISTA

Actualizado: 18 jul 2021

Aquí, el más chimuelo masca tuercas.

Esta semana recibí una noticia que me impactó en muchos sentidos: mi dentista me informó que tengo dos tratamientos de conducto totalmente mal hechos y que, al ser muy antiguos, han generado un daño que amerita retirarme las dos piezas y poner implantes. Por supuesto, el costo de estas intervenciones quirúrgicas me llevó a soñar, esa noche, con médicos arrebatados persiguiéndome para cobrarme fortunas por los tratamientos que tenía que hacerme.


El dentista es uno de los temas más controvertidos para los seres humanos, por un sinfín de razones de índoles muy variadas. Mil interrogantes giran alrededor de esta profesión que procura nuestra salud, y por más que uno le busque, la obligación de ver positivamente ir al dentista es irrelevante al momento de sentarnos en esa sillas de tortura mullida. Para no caer en incongruencias abordaré el tema de manera quirúrgica, aunque no prometo hacerlo de forma demasiado séptica.


Parto del principio: siendo niño mi madre me mandaba a la dentista del otro extremo de la cuadra, que resultó ser, para mi criterio de entonces, una rubia despampanante. Cuando la tenía cerca y sentía su contacto físico, volaba del enamoramiento. Me imagino que algo así se sentirá el síndrome de Estocolmo. ¿Acaso ella sería consciente de su influjo sobre mi persona? ¿Quién en sus cabales disfruta de ir a sentarse a que le rompan muelas y tímpanos, con tal de sentir el contacto de esas manos suaves mientras observaba el detalle del rostro cercano y perfecto? Yo, lo confieso.


Dada la desproporción entre mi consumo de dulces y mi aseo bucal, muchas caries generaron hoyos donde amalgamas metálicas contrastarían con la blancura de mis dientes juveniles. Las caries son causadas por bacterias que se alimentan del azúcar y la convierten en ácido que carcome los dientes. Escuché que ya se había inventado una cura definitiva, pero que la dejaron en la congeladora para no acabar con el negocio multimillonario de su atención recurrentemente.


En algún momento de mi vida tuve un accidente que me produjo un dolor extremo, el cual me llevó a la inacción. Luego pensé que, si la vida de alguien hubiera dependido de mí en ese momento, habría muerto; dejé de usar anestesia durante mis sesiones con el dentista, para aprender a controlar el dolor. Un asunto doblemente masoquista, pues la güera ya no me atendía.


Un poco más grande me enteré de un posible hecho, agárrense: el flúor que ponen en el agua y en los dentífricos, es altamente tóxico y fosiliza la glándula pineal (llámese "el tercer ojo"). Dicen algunos que es una forma de sometimiento, igual que poner azúcar a todos los alimentos procesados. Los dentistas vendrían a ser agentes ocultos del sistema, cuya labor es esclavizarnos.


¿Imagina el lector, una cena familiar donde la tía cuenta lo emocionada que está porque va a ir al dentista, pues le encanta el olor a diente quemado aparejado con los golpes e inyecciones? ¿O imaginar una multitud haciendo cola por horas, porque el dentista estrenará el nuevo método de limpieza por medio de rayos cuánticos, que vibran alto? Podría ser la profesión más impopular. Si tuviera que ser rechazado por chicos y grandes, temido con locura paranoide, y encima tuviera de ver a diario bocas llenas de dientes enfermos o incluso podridos, cobraría diez veces más de las cantidades que me generaron las pesadillas. Por favor nadie muestre este texto a mi dentista.


Las interrogantes, como decía, “son mil”; no quiero aburrirles así que plasmo sólo las más importantes ¿Son conscientes de que podría algún paciente arrancarles el dedo de una mordida, argumentando defensa propia? ¿Tienen un gusto especial por aparecer en las pesadillas de los otros? ¿Notan que su dinero ha sido ganado en medio de una carnicería? ¿La personalidad del dentista podría compararse con la de los torturadores de la inquisición? ¿Cómo logran que les paguemos por ir a padecer tal martirio? Cuento con que sus respuestas me dejen con la boca abierta, queridos, y así practicaré para no cansarme en la cirugía.

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