Si uno supiera, aprovecharía su castidad.
No cabe duda de que en la sociedad contemporánea una de las cosas con más peso, es la capacidad de reprimir al otro. El motivo no importa, el chiste es ejercer nuestro poder sobre los actos de los demás. Las cosas están diseñadas para que le generemos ahorros a las autoridades, ya que no tienen suficiente personal para regentearnos, así pues, nos controlamos entre nosotros.
Esto me recuerda una vez en Querétaro… Estoy seguro de que la respuesta de todos los niños de esa ciudad, cuando se les pregunta “¿Qué quieres ser de grande”? es: “¡POLICÍA!”, y lo dicen en serio. Iba en mi auto frente a una placita comercial donde primero está la salida del estacionamiento y, lueguito, la entrada. Me detuve para dejar pasar a quien iba saliendo y miré mi celular mientras tanto. Al voltear la mirada hacia arriba noté que el conductor no había salido, así que aproveché para acabar de escribir un mensaje. Ahora el hombre me agredía con señas de las manos y tenía cara de estar francamente molesto. No entendí nada y le puse gesto y manos de “quétetraisguey”; me señaló que esa era la salida y me metiera por la entrada. Finalmente salió con prepotencia y yo avancé tras él. Venía haciendo aspavientos, mirando por el retrovisor (actos a los que no respondí) hasta que notó que no lo venía siguiendo, sino que era mi camino. A partir de ahí evitó ver nuevamente al espejo y luego dio vuelta.
Regreso al tema, notoriamente más interesante, que hoy nos atañe: la castidad. Resulta obvio que la sexualidad, tan importante para el ser humano, sea una de las principales herramientas de sometimiento. El sistema nos controla por medio de mensajes que, sutil o burdamente, manejan nuestra dimensión sexual. A nivel personal controlamos a nuestros hijos, a nuestra pareja, al vecino, a los hijos del vecino, al vecino de nuestra pareja, a las parejas de los hijos del vecino… a todos, para pronto. Sentimos la profunda obligación de ser los policías de la sexualidad.
Ayer un queridísimo amigo, cuya identidad protegeré, me contaba que él está muy enamorado de su novia, lo cual no quita que pase una noche o dos a la semana durmiendo castamente con su exnovia. ¿Podría uno aguantarlo de su pareja? Si soportarlo del vecino puede ser escandaloso… Ya veo a la novia diciéndole “¡Otra vez te vas con esa vieja para no coger con ella, infeliz!”, “pero mi amor, si es una cosa muy castita, así chiquita, nada de qué preocuparse”.
Ya no sé si dormir castamente es peor que no dormir por incastidad. Nos han dicho que ser casto es una virtud, con el pretexto de que te puedes ir al infierno si no lo eres, o de acarrear las energías de con quien tienes sexo, durante el resto de la vida, o porque el sexo es un tema de reproducción, y ya no se hable del autoerotismo (llámese masturbación), donde desde chiquitos los argumentos son apabullantes “Déjese ahí, chamaco, que le van a salir pelos en la mano, le va a venir un aire y se va a quedar chueco, se le va a secar la mano, y se va a volver loco” Abstente ante todo.
Siendo objetivos, la gente no tendría qué preocuparse de la castidad propia ni la de los demás, es irrelevante, porque de todos modos en este mundo hay muy poco sexo. ¿Se puede imaginar usted, que bello mundo si todos hoy hubiéramos contado con el mañanero, o ya cuando menos despertar bien abrazaditos, luego de una noche de desenfrenada castidad? Todos con cara de satisfacción por la calle, ¿derramando endorfinas a nuestro paso?
Nunca más un vecino amargado, ni los hijos propios o de la pareja viviendo en el oscurantismo sexual y la promoción de la castidad… claro, todo con valores, no estamos hablando de comportarnos como perritos en el estacionamiento. Una sociedad donde mi amigo escuchara “ok amorcito, aprovecha tu castidad con tu amiga, porque, regresando, yo me ocupo de tu incastidad”. No digo que yo esté preparado para ello, digo que más valdría ser un poquito más tolerantes y tranquilos, cástele a quien le caste.
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