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  • Foto del escritorFernando Helguera

APOCALIPSIS A LA CARTA

¿Cómo le servimos su fin del mundo?

Si bien el apocalipsis es un tema que interesa a homo sapiens desde tiempos inmemoriales, hoy parece tener auge. Veníamos Tanya y yo en el auto, camino al bosque, y salió el tema a colación. Algunas personas están muy preocupadas por que “el sistema” está haciendo todo para desaparecer a 9 de cada 10 humanos de la faz de la tierra, así como otros están preocupados de que “el virus más letal” en la existencia de la letalidad podría desaparecer a 99 de cada 100 personas si no nos vacunamos. No hay duda de que ambas son visiones de por más apocalípticas.


Resulta que, por otro, lado tenemos a un grupo de creyentes que aseguran la existencia de seres reptilianos que se alimentan de nuestros miedos y, por lo tanto, los estimulan en nosotros para no morir de inanición. Así como estos individuos venidos del ultra espacio, están también los pertenecientes al consejo galáctico tomando decisiones acerca de la Tierra, sin haberla invitado a opinar. Estos dos tipos de apocalipsis son en absoluto despreciables.


Me dio tal curiosidad la posibilidad que se nos ofrece de crear nuestro propio apocalipsis, que me puse a rememorar otras formas que se nos han mostrado en películas, en novelas, en teleseries, o en cualquier otro tipo de presentación. Me parece que la gente tiene más neuronas dedicadas a la creatividad apocalíptica que a cualquier otro tipo de creatividad, al ver los siguientes ejemplos:


Quienes hemos vivido lo suficiente recordaremos una película llamada “Un día después”, donde se mostraba con lujo de detalles la guerra nuclear destruyendo el planeta. También “La máquina del tiempo”, donde podemos ver cómo la luna, por sobre explotación minera, se rompe y cae a pedazos sobre la tierra. ¿Y qué tal todas aquellas de olas aplastando Nueva York, tornados, glaciaciones, incendios? Eso sin olvidar las de meteoritos que vuelven a buscar a los dinosaurios y, al darse cuenta de que ya no están, acaban entonces con nosotros. De este tema hay una magistral en la que, increíblemente, “no pasa nada durante toda la película” pero no deja de ser el fin del mundo, el apocalipsis; vean “Melancolía”.


Bueno, por otro lado, hay visiones más positivas que muestran ya realidades tangibles sobre la posibilidad de vivir cinco siglos, sin enfermarnos o curándonos muy fácil y rápidamente, y con la singularidad de no tener que trabajar durante los últimos 460, pues a partir de los 40 ya nadie querrá contratarnos. Eso sí la regla de oro persistirá: hay dos cosas inevitables, la muerte y pagar impuestos. Otra visión muy alentadora es la de implementar la tecnología a nuestra biología, haciéndonos súper humanos.


Cuando entrábamos a la Sierra Gorda el tema era lo terrible del transhumanismo, pues a través de esos implementos seremos totalmente manipulables desde adentro, desatando impulsos en nuestro cerebro que transformarán nuestras decisiones, nuestras emociones, y todo lo que haya en el interior, de acuerdo con las necesidades del sistema económico y el gobierno en turno. En lo personal, dije, no lo veo tan malo pues siempre habrá manera, cuando menos para los mexicanos y alguna otra nación, de hacer transhumanismo chueco. Usar prótesis crackeadas, sin registrar, fuera del sistema cibernético, así como inyectarnos chips fabricados en la cocina del vecino. En una de las dos mil ochocientas setenta y siete punto dieciséis curvas que pasamos, me vino a la mente una imagen que me dejó sin habla:


Me vi frente a una doctora pálida y en los huesos que me decía que ya estaba listo, que con las modificaciones que me habían hecho podría vivir otros cuatrocientos cincuenta años, sin dolores y achaques, con vista de águila y corazón de león, con un cuerpo fuerte y totalmente saludable, con potencia sexual ilimitada, y que, en la cuenta de banco, dado el seguro de desempleo que había contratado, tendría fondos suficientes para darme vida de rey. Ella estaba muriendo y lo último que alcanzaba a decirme era una mala noticia: el apocalipsis zombi empezaría en diez minutos y sería yo el único habitante sobre el planeta durante todo ese tiempo. Afortunadamente le daba tiempo de decir también su última buena noticia: habían hecho mejoras en mi mente, extirpando cualquier impulso suicida.


Si tenemos que llegar al final apocalíptico, está bien, hagámoslo, pero entonces no demos lata y nos rasguemos las vestiduras con tanto miedo a morir. Disfrutemos el final con plena consciencia y aprovechemos la oportunidad para ver la magnificencia de una ola de cincuenta metros cayendo sobre nuestra cabeza, o conozcamos a los invasores antes de que nos aticen con un disparo láser, tomando al toro por los cuernos (antes de que nos cornee), seamos los dueños de nuestro destino, escogiendo el apocalipsis que nos convenga para salir con la mejor imagen posible, para el resto de la eternidad.

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