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Foto del escritorFernando Helguera

NUESTRA DEFUNCIÓN

Solo hay una cosa segura en la vida.

Algunos hemos caminado por la población donde radicamos, durante la contingencia sanitaria que vivimos; resulta que el lugar está muerto (paraíso de fotógrafos diría mi compadre Mariano). Esto nos lleva a múltiples reflexiones mientras ahí estamos, totalmente diferentes a las que podríamos tener al respecto cuando estamos en encierro prolongado, sobre lo que puede o no fenecer de nuestra persona. ¿Qué es aquello que podría ser parte de nuestra defunción?


Quizás de máxima importancia sea esa fracción de nosotros que está temerosa de morir. Si pensamos que ella pasará a ser mortaja con nosotros y así dejaremos ese temor, se vuelve deseable que fallezca antes de nuestro deceso. No tiene caso que lo haga al mismo tiempo y dejemos de tener miedo cuando de por sí ya no podemos tenerlo pues estamos muertos. Aquí la importancia: lo anterior nos deja ver que, cuando escuchamos que a cada minuto “estiramos la pata” un poco más, no tenemos por qué verlo negativamente. A cada instante está la oportunidad de dejar que se extinga, o incluso de asesinar, una parte de nosotros que nos está haciendo daño.


Abro paréntesis; será bueno ver un abogado antes de asesinar algo de nosotros que nos deje con vida, pues si está prohibido, vamos presos. Verbigracia, asesinar nuestras neuronas con sustancias ilegales. Es incongruente: nadie nos hará juicio si se nos ocurre asesinar a uno de nuestros brazos, de nuestras muelas, o de nuestros músculos esternocleidomastoideos. Quizás esta sociedad penaliza el placer cuando lo penado debería ser el sufrimiento; matar así unas neuronas es placentero, como no lo es amputarse una oreja. Cierro paréntesis.


Sin duda alguna, cuando nos petateamos, una parte importante es el acta de defunción. De hecho, en más de una ocasión (es en serio y estoy seguro de que a alguno de ustedes le ha pasado también) me han solicitado tal documento al realizar un trámite para el cual planeo seguir vivo. Incluso trámites que, aunque yo no lo planeara, requieren que siga como parte de esta humanidad. Esto ya es el descaro de la hipocresía, prefiero que me digan “¡Muérete jijo de la guayaba!”.


No quisiera caer en lo trillado del tema que es, hoy en día, perecer por el contagio de alguna enfermedad (de actualidad o no), pues eso parecería en contra de lo importante que es cuidarse y cuidar a los demás, y por supuesto sería absurdo dado el riesgo existente por la pandemia. Habiendo advertido esto, menciono que esa clase de miedo es mayor en el encierro, luchando contra la propia psique. Amigos psicólogos me dicen que les subió la chamba con clientes en confinamiento. Si expiramos gracias a la afectación directa de un microorganismo o de un macroorganismo, no es tan importante como evitar el finamiento de las cosas que nos hacen felices.


Las reflexiones que llegan a la mente ante calles y plazas desiertas nacen a raíz de una actividad social que “ha colgado los tenis", así como las que surgen cuando estamos en casa prolongadamente, vienen de la desaparición de nosotros mismos en el mundo exterior. Es decir, si vamos por ahí (por supuesto con las medidas sanitarias impuestas) nos damos cuenta de que, al acabar el encierro, lo mejor sería NO AVISAR a algunas personas. Darlas por muertas, digamos, y esto no quiere decir que ahora dejé de hablar de nuestra defunción para hablar de la suya, pues habrá muerto nuestro estoico esfuerzo por convivir con aquellos candidatos a tal omisión.


Total, que como en todo, podemos ver que hay un lado bueno y un lado malo, así como una oportunidad de crecimiento y aprendizaje. Algo que podría “pasar a mejor vida” y realmente sería de ayuda, es la importancia que le damos a las cosas; es trascendente el siguiente pensamiento (que ya alguien cuya identidad desconozco, ha transmitido en el pasado): “No le demos tanta importancia a la vida, pues hagamos lo que hagamos, no vamos a salir vivos de ella”

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